miércoles, 29 de agosto de 2018

Sueños del Arból de Mango.



Pequeño niño, sentado debajo de frondosos y hermosos mangos.
Sintiendo la suave brisa marina y  la brisa que baja de la montaña.
El canto y revoloteo de las aves que viven en esos árboles, y las parvadas que pasan volando libremente y ruidosamente, sobre ese límpido y sin fin cielo azul de Masca, en la Costa Norte de Honduras.
Al fondo de escucha a la abuela Nacha, llamando a uno de mis numeros primos que vacacionabamos en su casa de la playa.
También escuchaba el murmullo del Río Botija, según el nombre del río, habia una botija de dinero enterrada en algún lado.
Consentido, el pobre perro flaco y viejo de la abuela, ladraba siguiendo a algún animal. También le tirabamos algún objeto y comenzaba a escarbar.
Las gallinas paseaban orgullosamente, con su fila de pollitos detrás que hacían su lindo pío, pío.
Sardina, así se llamaba la vaca que Nacha tenía en el corral, mugia no recuerdo si de felicidad o tristeza.
Pasaba el primo Daniel volando en la bicicleta. Él era el mayor de todos y el encargado oficial de los mandados.
Omar mi único hermano en ese entonces,  estaba a mi lado, preparando una canchita miniatura de fútbol en el suelo, para jugar sus interminables campeonatos, donde por supuesto, él siempre era el supre campéon.
Entre todo ese bello ambiente, ese bello desorden, que ahora casi medio siglo después, añoro con una mezcla de alegría y gran nostalgia.
Eran los días en que la abuela Nacha no tenía electricidad, las computadoras eran un sueño y la Internet estaba a décadas de existir.


Luego del quehacer que Nacha misericordiosamente nos ponia a cada uno, llegaba mi hora predilecta: leer.
Mi abuela tenía una inmensa colección del Almanaque Escuela para Todos.
Para mi era un delicia sentarme debajo de los mangos y nances a leer aquellos Almanaques.
Me contaban cuentos, leyendas, datos curiosos, como funcionaban las cosas, en un lenguaje tan sencillo, que era difícil no comprender.
Quedaba absorto por largo tiempo, no escuchaba más ruido que el del avión que me emergía de  la página impresa, en el cual viajaba a Europa, Sudamerica, Africa o cualquier destino del planeta, debajo del mar, al espacio exterior o al sol mismo. ¡Que maravilla!
 ¡El pequeño Christian no sabia que ese sería su momento más feliz de su infancia!
¡El pequeño Christian, no sabía que sin saberlo, muchisimos años después, sería un escritor.
Un escritor que miraría al mundo desde otro ángulo, el del detalle de las cosas pequeñas.
Mi papá me enseño a maravillarme de las cosas pequeñas del mundo. Me compraba libros tras libros de todos los temas. Enciclopedias, deportes, ciencias, mecánica, política, idiomas eran leidos y releidos muchas veces.
Llegué a amar el olor del libro nuevo,  su olor a papel nuevo con tinta. Siempre encontraba nuevos detalles a las fotos que miraba y miraba por largo rato en esas páginas impresas a colores.
 
Con mi compañero de viaje Omar, viajabamos a muchos lugares, usando una cama cuna, la cual se transformaba en un vehículo que hasta el mismo 007 envidiaria. También un vecino tenía un carro abandonado en un patio, el cual solo era el esquelo. Pero para nosotros era mejor del los carros de Rápidos y Furioso, o del carro de Starsky y Hutch.
Aprendí a ver las cosas pequeñas y grandes.
Aprendí a ver el mundo desde otra perspectiva, a verlo con el asombro de un pequeño niño, que sentado debajo de árboles de mangos, se gozaba leyendo y viajando a otros mundos o sabiendo el porque de las cosas.

Sigue leyendo, observando, preguntando, intercambia ideas con los adultos que son mucho mayores y más sabios que tú. Eso te ayudar en el futuro.
Sueños debajo del mango.

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